jueves, 24 de noviembre de 2016

MUERTE DE MARCOS ANA


HOMENAJE A MARCOS ANA




Publicado el 29 nov. 2016
Toni Cantó y Felisuco no aplauden en el HOMENAJE a MARCOS ANA, en la comisión de cultura.



Julián Vadillo | Diagonal
Querido Marcos:
Éstas son las palabras que nadie querría escribir. Pero te nos has ido. Te has ido, pero has dejado muchas cosas, Marcos. Has dejado tu vida como ejemplo. Tu dignidad como bandera. Tu resistencia como forma de afrontar los problemas.
La primera vez que escuché tu nombre fue cuando era chaval en las calles de Alcalá de Henares. Esa Alcalá que nos vio crecer a los dos en distintas épocas.
Tú llegaste con tu familia en la década de 1930. Tiempos difíciles. Tiempos de cambio. Tiempos de esperanza. De ti se comentaban en la ciudad, o mejor dicho, en algunos sectores de la ciudad, muchas cosas. Cosas de la guerra.

 
 

Cuando me fui haciendo mayor y cogí esa apetencia por la historia, hice la tesis doctoral sobre el movimiento obrero de Alcalá de Henares. Y en ese trabajo aparecías tú, Fernando Macarro Castillo.
Y, como todo historiador tiene que hacer, no se puede dar nada por sentado. De haber sido así, tú habrías sido culpable por decreto. Sin embargo, la fuerza de la historia y los documentos me dijeron lo contrario.
Lo que apareció en los mismos es que Fernando Macarro Castillo, hijo de Marcos Macarro y Ana Castillo, fue uno de los organizadores de las Juventudes Socialistas Unificadas en la ciudad (ese mitin de Federico Melchor que lo cambió todo).
Fuiste secretario de organización en la misma cuando Agustín Anuarbe era su secretario general. Lo que me decían las fuentes es que fuiste uno de los organizadores del Batallón Libertad, cuando apenas tenías 15 años de vida. Porque para ti, hijo de jornalero, aquello del golpe de Estado no era plato de buen gusto.
Allí me apareció que aunque fuiste a combatir, eras menor de edad y te sacaron de las zonas de conflicto. Allí vi cómo Fernando Macarro realizó una importante labor en el interior del movimiento obrero de la ciudad durante la Guerra Civil. Allí también sucedió uno de los momentos más difíciles de tu vida, cuando el 8 de enero de 1937 los bombardeos nazis que sufrió la ciudad acabaron con la vida de tu padre, Marcos Macarro Ramos, con apenas 55 años de edad.




Sin embargo, cuando acabó la guerra y te convertiste en un proscrito para los vencedores, dijeron otras cosas de ti. Te acusaron de cuatro crímenes. Cuatro crímenes que en mi investigación se quedaron sin fundamento.
Dicen que mataste al sacerdote Marcial Plaza y a su padre José Plaza. Una acusación que cae incluso en las propias fuentes franquistas, pues la Causa General, ésa que montó el franquismo después de la guerra, cita otros nombres pero no el tuyo.
Dijeron también que asesinaste al cartero Amadeo Martín Acuña. ¿Pero cómo vas a asesinar a Amedeo, amigo Marcos, si ese 3 de septiembre de 1936 estabas en la Cruz Roja con heridas? También dijeron, Marcos, que mataste al labrador Augusto Rosado Fernández. Los que te acusaban no cayeron en la cuenta que ese 30 de julio de 1936 tú estabas con el Batallón Libertad en otro lugar. Estas cosas de las que te acusaron, las que decían y aún siguen diciendo, yo no me las creí. No me las creí y demostré que eran falsas, Marcos.
Sin embargo, aquella justicia al revés del franquismo no se molestaba en comprobar las cosas. Fuiste detenido, torturado, juzgado y condenado a la pena de muerte. La Pepa, esa gachí, que como cantaste una vez en una entrevista en tu casa, tenía predilección por los rojillos en Madrid. Muy cerca estuvo de segar tu vida. Pero el régimen consideró que cuando se produjeron los hechos eras menor de edad y tu pena fue conmutada por la inmediatamente inferior: 30 años.
Ibas a estar 30 años en la cárcel, Marcos. No estuviste tanto, fueron 23. Otros compañeros tuyos de Alcalá no lo contaron. No lo contó tu amigo Agustín Anuarbe. Tampoco el maestro Ángel García, ése que tan bien habías conocido. Ni Epifanio Chavarría. Ni Basilio Yebra. Ni muchos otros más. Fueron fusilados. Su delito sólo fue, en realidad, ser socialistas, anarquistas, comunistas, republicanos.
Sin embargo, aprovechaste la cárcel para muchas cosas Marcos. En ese ambiente hostil, lúgubre, de represión, de tristeza, hiciste tu universidad. Allí aprendiste, estudiante, leíste, combatiste, te hiciste poeta. Pero también te apenaba tu madre, Ana.
Por eso, tomaste tu sobrenombre de Marcos Ana: Marcos por tu padre; Ana por tu madre. En la cárcel coincidiste con amigos. Amigos que con el tiempo tuvimos en común. Porque otro que me habló de ti fue Fernando Nacarino Moreno. También alcalaíno. Y también comunista, como tú. Él entró en la cárcel más tarde. En 1947, tras la explosión del polvorín. Y con muchos de los que fueron acusados injustamente por ese hecho coincidiste en Burgos. Tú ya llevabas en prisión 8 años. Nacarino me dijo que hablase contigo sobre muchas cosas. Y no me defraudaste. Él también nos dejó. En 2007.
Tus años de cárcel siguieron. Allí, me contaste, conociste la verdadera solidaridad. Entre tus camaradas. Entre los presos. Escribiste, hiciste teatro, leíste mucho. Pero también te enfrentaste a tus verdugos. Conociste a gente que en el periodo de la República habían sido de primer orden y sin embargo, el régimen franquista los condenó al ostracismo. ¿Te acuerdas de Eduardo de Guzmán, de Manuel Navarro Ballesteros, de tu amigo Antonio Buero Vallejo, del literato Hoyos y Vinent que murió enfermo en Porlier, etc.?
 


Tuvieron que pasar 23 años, querido amigo, para que volvieses a tener libertad. Libertad relativa, porque estabas en España. Y en aquel momento, 17 de noviembre de 1961, España seguía siendo una cárcel. Por eso era mejor salir del país. Y fuera nunca te olvidaste de España.
Seguiste trabajando a favor de los presos del franquismo. Seguiste fiel a tu ideario comunista en el PCE. Impulsaste el CISE (Centro de Información y Solidaridad con España). Defendiste a Grimau, a Granado y Delgado, a Puig Antich y a tantos otros. Te hiciste gran amigo de Neruda, de Alberti, de María Teresa León, etc. Todos poetas como tú. También conociste el amor con Vida Sender, con la que tuviste a tu hijo Marcos.
Pero si algo tiene un luchador es que nunca ceja en empeño. Y murió Franco. Y tú volviste para seguir luchando junto a tus camaradas.
¿Sabes una cosa, Marcos? Quizá no es el momento de contar tu vida.
Para eso escribiste Decidme como es un árbol y muchas otras obras. Para eso también te grabó el amigo Javi Larrauri en un video llamado Marcos frente a Marcos. Para eso me consta que hay un grupo de gente muy capaz trabajando en un proyecto muy bonito sobre tu vida.
A mi me gusta recordarte como todas esas veces que nos vimos en actos o cuando te entrevisté un par de veces en tu casa. Cuando presentaste conmigo en la fiesta del Partido Comunista de Madrid mi libro sobre la explosión del polvorín de Alcalá de Henares, donde tantos amigos comunes lo sufrieron.
Marcos, hoy los comunistas lloran tu pérdida. Los comunistas, tus camaradas. Pero otros, que no somos comunistas, pero creemos en la libertad, en la justicia, que somos de otras escuelas, también.
Porque tú fuiste un ejemplo. Porque tu abrías las puertas de tu casa y no preguntabas por las ideas. Porque siempre tenías algo que decir y sabías escuchar. Porque no eras un ortodoxo, sino que veías la verdad en los que luchaban, como tú lo hiciste toda la vida, por la justicia, la dignidad y la libertad. Porque no dudabas en ponerte en cabeza de manifestaciones por las causas justas. Nunca te callaste en 96 años de existencia. Criticaste las cosas negativas. Luchaste por la memoria.
Algunos seguirán diciendo cosas de ti. Cosas falsas. Gente que no se preocupa en leer o investigar, sino que prefiere dar cosas por sentado. Mejor no hacerles caso. Se te ha reconocido muchas cosas. Has demostrado que la dignidad está por encima de cualquier cosa.
Pero quedan algunas por reconocerte que todavía no se han logrado. Hay que lograr que Alcalá reconozca tu trayectoria. Y vamos a trabajar en ello. Hay que lograr que esos juicios del franquismo, realizados bajo aberraciones jurídicas, sean declarados ilegales para que gente como tú sea realmente inocente. Los historiadores, o algunos de ellos, hemos intentado poner un granito de arena para desmentir muchas cosas. Espero que hayamos estado a la altura de las circunstancias. Otros todavía tienen que mover muchas palancas.
Ya no vamos a poder disfrutar de tu presencia, Marcos. Y eso me apena profundamente. Ya no vamos a poder ir a tu casa a entrevistarte, como lo hemos hecho muchas veces.
Porque hoy se ha ido uno de los nuestros. De los comunistas. De los socialistas. De los anarquistas. De los republicanos. De los antifascistas. De quienes se dejaron la piel por una sociedad distinta. La ventaja es que Marcos lo pudo llegar a contar y siguió en la lucha. Los que no pudieron, gente como Marcos nos habló de ellos. Pero nos queda tu legado y nos queda tu obra. Nos queda tu dignidad y nos queda tu pasión por la libertad. Nos queda, en definitiva, lo que ha sido Marcos Ana.
Que la tierra te sea leve, compañero, camarada. Hasta siempre. Gracias, Marcos.


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Se apaga a los 96 años la voz libre y resistente del poeta Marcos Ana

Fue el preso político que más tiempo pasó en la cárceles franquistas: entró con 19 años y salió con 42

 

Natalia Junquera

Madrid 25 NOV 2016 - 08:28 CET


Marcos Ana, fotografiado en la cárcel de Ocaña, donde estuvo preso. Luis Magán 

Se hizo poeta en el lugar más hostil para los versos, una cárcel franquista donde toda la energía se iba en sobrevivir, donde no había paisaje al que mirar. Tituló uno de sus poemas más célebres y su biografía precisamente así: Decidme cómo es un árbol. Marcos Ana, el preso político que más tiempo pasó entre rejas, ha muerto este jueves en Madrid, a los 96 años. Él habría dicho que fue a los 73 porque solía descontarse esos 23 años que habitó las prisiones de la dictadura. Cada cumpleaños hacía esa diferencia: “Tengo 90 años de edad y 67 de vida; tengo 91, es decir, 68….” Nunca aparentó, en cualquier caso, los inviernos que llevaba encima. En una ocasión, a punto de dar una charla en la Cámara de los Comunes, en Londres, le confundieron con su intérprete, un profesor inglés y cojo. Al subir al estrado nadie reaccionó. La gente solo empezó a aplaudir cuando llegó el profesor. El público interpretó que el preso que más tiempo había pasado en las frías celdas del Régimen, el que había estado condenado a muerte, el que había sido torturado... era necesariamente el que caminaba con bastón y no aquel hombre alto que se había plantado en la tribuna en dos zancadas.
Con 15 años se había afiliado, como las 13 rosas, a las Juventudes Socialistas Unificadas. Luego se hizo del Partido Comunista. Quiso ir al frente, pero le mandaron de vuelta a casa por no tener edad suficiente. Ingresó en la cárcel con 19 y salió con 42, en 1961. Le acusaban de tres asesinatos en Alcalá de Henares por los que ya habían sido fusilados otros presos. En prisión se acostó muchas noches pensando que no llegaría a ver el día porque el Régimen había cometido la ridiculez de condenarle no a una, sino a dos penas de muerte. Finalmente, a él le conmutaron la pena, pero dio el último abrazo a muchos compañeros que no tuvieron la misma suerte. Dedicó sus años de libertad a rendirles un homenaje permanente. “Marcos Ana no se ha mirado complacido en el espejo. Lo ha roto en mil pedazos para que en cada fragmento se vea el rostro de sus camaradas”, dijo el premio Nobel José Saramago.


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Con sus compañeros de celda creó en la cárcel un periódico clandestino llamado Juventud. Daban clases y organizaban tertulias literarias sobre los libros prohibidos, que eran casi todos. Apoyándose en la parte de abajo del plato de la comida, Marcos Ana empezó a escribir poemas. Los sacaba clandestinamente de prisión. A veces, con la ayuda de un guardia. Otras, haciendo que un preso al que quedaban días para salir en libertad, los memorizara. Y empezaron a difundirse gracias a la ayuda de poetas en el exilio como Rafael Alberti, y de los comités de solidaridad con los presos políticos. Ahí fue cuando Fernando Macarro se convirtió en Marcos Ana, el seudónimo que escogió uniendo el nombre de sus padres: Marcos Macarro, que había muerto en un bombardeo en enero de 1937 -él mismo encontró el cadáver sobre la acera-, y Ana Castillo, que falleció en la navidad de 1943, después de que a su hijo le condenaran por segunda vez a muerte.

Y con todo, para Marcos Ana lo más difícil, como explicó muchas veces, fue adaptarse a la libertad. Sus ojos sufrían con la luz. Se mareaba en los espacios abiertos. Y fue al verse en la calle cuando supo que había perdido toda su juventud. Cuando se dio cuenta de que, a los 42 años, jamás había estado con una mujer.
Con sus mejores intenciones, un amigo le llevó una noche a un cabaré, llamó a una chica, le metió 500 pesetas en el bolsillo y le dio las instrucciones: “Para que pases la noche con mi amigo”. “Se llamaba Isabel y era morena, de ojos grandes, hermosísima…”, recordaba a este diario el verano de 2015. Fue incapaz de tocarla. Al final, decidió contarle su historia. Marcos e Isabel pasaron la noche juntos, hablando. Cuando, al volver a casa, descubrió que le había vuelto a meter las 500 pesetas en el bolsillo, Marcos deshizo corriendo el camino hasta ella. Pero antes de llegar a su pensión, decidió que si aquel día pagaba arruinaría para siempre el recuerdo de la noche anterior. Entró en una floristería y pidió 500 pesetas en flores. En la tarjeta escribió: “Para Isabel, mi primer amor”.
No volvieron a verse, pero fue al leer ese episodio de su biografía cuando Pedro Almodóvar quiso convertir la vida de Marcos Ana en una película y compró los derechos de Decidme cómo es un árbol.
En París conoció a Vida Sender, hija de unos anarquistas aragoneses y futura madre de su hijo, Marcos. “La cárcel la viví como un militante, y hasta que no conocí el amor no me di cuenta de lo que me habían quitado. Cuando la vi pensé: 'Para esto he salido yo de prisión, para esto estoy yo en el mundo”, explicaba en la misma entrevista. La convivencia no fue fácil. “Era como un toro”, recordaba ella. Un día le sentó y le dijo: “No quiero ser una segunda cárcel para ti”. "Me regaló otra vez la libertad", explicaba él. El amor dio paso a una amistad que les acompañó toda la vida. Les gustaba bajar a una terraza cerca de la casa de Marcos donde el poeta practicaba uno de sus pasatiempos favoritos: ver pasar a la gente e imaginar qué problemas tenían, en qué cosas irían pensando.



HEMEROTECA "EL PAÍS"

MARCOS ANA




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