CIRO Y EL ESPÍRITU DE LA POLÍTICA





 David Ortega Gutiérrez

 Catedrático de Derecho de la URJC


Siempre he sentido admiración por los grandes de la política, he intentado aprender de sus actitudes, valores y motivaciones, tanto de los teóricos como de los prácticos. Platón, Stuart Mill, Ortega, Russell, Marcuse o Fromm han configurado las líneas principales de mi pensamiento teórico político. De ellos he aprendido el gusto por la verdad y el trabajo bien hecho, la honestidad intelectual, la humildad y la tolerancia frente al conocimiento, el compromiso con la humanidad y el bien común, el perseverar en soledad cuando se está en lo justo, entre otras ideas. Frente a estos teóricos de la política, también he admirado a algunos prácticos. En el mundo clásico Solón, Pericles o Marco Aurelio brillan con luz propia y grandeza. En el Renacimiento la vida y obra del Lord Canciller Tomás Moro es realmente impresionante, como la habilidad e inteligencia de Fernando el Católico. Últimamente he descubierto la inmensa grandeza de espíritu de Ciro de Persia, la cual reconozco que desconocía y verdaderamente me parece una vida ejemplar.

Ciro II el Grande fue rey de Persia entre el 559-530 a.C. Sus conquistas se extienden sobre Media, Lidia y Babilonia. Sus territorios iban desde el mar Mediterráneo hasta la cordillera del Hindu Kush. Nadie hasta entonces había logrado un Imperio de tales dimensiones. Este se mantuvo durante dos siglos, hasta la llegada de Alejandro Magno en el 332 a.C. Pero no son sus conquistas militares lo que más nos interesa, si no su espíritu de gobernante y las acciones que llevó a cabo.

Lamentablemente muchos no saben que en Ciro se encuentra el germen de los Derechos Humanos, en el denominado Cilindro de Ciro -hoy en el Museo Británico-. Se trata de dos piezas cilíndricas en terracota, de escritura cuneiforme, que contienen un Edicto del Rey Ciro sobre Babilonia, cuando la conquista en el 539 a.C. Ciro libera a los esclavos, deja que cada persona elija su propia religión y consagra la igualdad racial, una verdadera revolución para su época y un gran paso en la historia de la humanidad. Este valioso documento se reconoce como la primera piedra de los derechos humanos de la historia, está traducido a los seis idiomas oficiales de Naciones Unidas, y su contenido es bastante similar a los primeros cuatro artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.

Ciro también aparece mencionado varias veces en el Antiguo Testamento: Isaías, caps. 40 a 56; Esdras, 1, 2-4; libro de Daniel y el Segundo libro de las Crónicas, 36, 22-23. Básicamente se recoge la liberación de Ciro a los judíos cautivos en Babilonia desde Nabucodonosor (589 a.C.), unos 45.000, devolviéndoles sus pertenencias -5.400 objetos de oro y plata- y regresando a Jerusalén de la mano de Zorobabel. Según nos dice José Luis Suárez Rodríguez en su obra El Cristo Antiguo (p. 28): “Ciro se comportó como un Rey Universal: magnánimo, benevolente, conciliador, pacificador. Introdujo en la política principios nuevos: autogobierno de los pueblos conquistados, reunificación de etnias diseminadas por la deportación, respeto y restablecimiento de las religiones tradicionales, amistad y convivencia entre las naciones”. Realmente es un espíritu que también se encuentra reflejado en la educación del joven Ciro en el campo de batalla, descrita por Jenofonte en su Ciropedia, quien también destaca su persuasivo carácter, sus dotes de mando, sus sólidos principios y su gran sinceridad.

Es realmente misteriosa la vida de Ciro, incluso su nacimiento es enigmático. Según Herodoto, su abuelo, el Rey Astiages, quiso asesinarlo y para ello ordenó a su oficial Harpagus cometer tal acción, pero éste no pudo realizar tal infanticidio, dándolo a unos pastores de la montaña, que educaron a Ciro hasta su madurez. Como otro grande, Benjamin Franklin -que en el epitafio de su tumba se identificaba sólo como impresor-, Ciro fue austero y ejemplar incluso en su panteón, en medio de un páramo cercano a su residencia real de Pasargada, con una sencilla estructura de caliza blanca, con no más de seis peldaños para acceder a ella y no superior a 10 metros de altura desde el suelo al punto más alto del sarcófago. Contrasta esta humildad del monarca persa más grande, con las monumentales y espectaculares tumbas de sus sucesores Darío I, Artajerjes y Darío II, las tres excavadas en unas montañas al norte de Persépolis, cuyas tumbas tienen unas fachadas de 22,5 metros de alto por 18 de ancho.

Es bueno mantener viva la historia de los grandes, que nos antecedieron no sólo en el tiempo, sino también en el conocimiento y en el espíritu. En la vida los modelos son importantes y sin duda Ciro se encuentra por derecho propio entre los grandes políticos de la historia. En tiempos de crisis y desorientación, es preciso mirarse en modelos que merezcan la pena por su grandeza, inteligencia y generosidad.



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