domingo, 13 de marzo de 2022

EN UN LUGAR DE LA MANCHA

 



"En un lugar de la mancha..."

Una osadía

 Por Pedro Taracena Gil

 “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordare, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”. Este personaje, más tarde nombrado caballero andante, no era hidalgo porque su sangre fuera de clase noble y distinguida, tampoco hidalgo de cuatro costados, nieto de nobles abuelos paternos y maternos. Sus vecinos contemporáneos, no le reconocían como hidalgo de bragueta, hijo de padre que, por haber tenido siete hijos varones consecutivos, en legítimas nupcias, era merecedor de reconocida hidalguía. En postrera consideración, tampoco era hidalgo de gotera; gozando los privilegios en el pueblo que residía y perdiéndolos si se iba a otro. Aunque su hidalguía y nobleza estaba en entredicho, este caballero andante se revestía y tocaba con atributos que le hacían vivir aquello que no era. Percha en la cual hacía descansar su pica, pendiente de su brazo, un escudo de cuero ovalado y a veces con figura de corazón, abrasado por el amor de su amada; montado a lomos de su caballo, de mala traza y poca alzada. 

 La historia empezó cuando el creador de este personaje se empeñó en lanzar un dardo envenenado contra los libros de caballería. Creyó que todo aquel que leyera estas aventuras de nobles damas y valientes caballeros, se volvería loco y terminaría sus días como el ingenioso hidalgo Don Quijote. Don Miguel, apellidado de Cervantes Saavedra, que así llamaban al autor, consiguió del rechinar de su pluma sobre el papel, un disparate lo suficientemente vivo, como para dislocar el equilibrio entre la farsa y la realidad. Después de una dedicatoria al Duque de Béjar, a quien le hace saber su decisión de “sacar a la luz” el libro, “al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia”, redacta un prólogo, donde se atisba el tratamiento que otorgará a Don Quijote en el uso y abuso de la lengua castellana. En este preámbulo, se pregunta:”¿qué podría engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado antojadizo, y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como el que se engendró en una cárcel, donde toda su incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?”. Estas son las premisas que cimientan la personalidad del, a pesar de todo, héroe de su historia. Son famosas en el mundo entero las andanzas de Don Quijote, que siendo de la Mancha, su creador tuvo a bien no revelar el lugar exacto donde desarrolló su vida. 

 En honor a la verdad, en el sagrado y crítico momento que es elevado a la dignidad de caballero andante, Don Quijote ya no pertenece a la Mancha, es patrimonio de la condición humana. El propio autor es consciente de que el personaje se le escapa de su escritura. Toma vida propia y en no pocas ocasiones, no sabe si el personaje es el autor o es el autor quien dicta al personaje. Pero aquí está la grandeza de esta farsa. Al ser engendrado por el genio de un ser humano, éste se otorga licencias sobre las peripecias del personaje. En su andadura, más aún, en su cabalgar por el texto quijotesco, Don Miguel, lleva al protagonista a situaciones verdaderamente insólitas. Le hace vivir realidades en un mundo que sus vecinos no ven. Pero no en pocas ocasiones, invade de fantasías la simplona vida de un hombre del pueblo como el vecino Sancho. Quién de los tres, Don Miguel, Don Quijote o Sancho, están en la realidad o en la ficción. Quién en la demencia o en la razón. A medida que el hacedor de la historia, se precipita en sus postrimerías, Don Miguel contempla cuán lejos ha llevado a Don Quijote, o en verdad, cómo los vecinos perciben al bueno de Alonso Quijano. Llegada la LXXIV jornada de su obra, el creador y manipulador del personaje, le lleva la mano para que haga testamento. El personaje, marioneta en manos de Cervantes, exclama: “Dadme albricias, buenos señores, de que ya no soy Don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quién mis costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya consoló mi necedad y el peligro en el que pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las abomino”. Ante este final, que de ingenioso tiene poco, ha llegado el momento de revelarse. Quién es Don Miguel para decidir la cordura o locura de sus personajes. Quién estaba en la mentira y quién en la verdad. ¿Era necesario que, el Bachiller, el Cura y el Barbero, Sancho Panza, el Ama y la Sobrina, ¿fueran testigos de la caída de la máscara de Don Quijote? ¿Quién les proporcionó más pasiones y vivencias, el hidalgo o el plebeyo, el loco o el cuerdo? En algunos momentos de las peripecias, los cuerdos, vivían en la fantasía del loco. A estas alturas de la Historia, alguien con más autoridad que el propio autor, debía rechazar la firma del testamento que Don Miguel pone en manos del hidalgo, y reivindicar el quijotismo que Alonso de Quijano, lleva dentro.

Ese personaje con vida propia y autoridad, soy yo, Don Quijote de la Mancha. Don Miguel, por caridad: ¡Dejadme morir como viví!

 

 

lunes, 7 de marzo de 2022

BUSCANDO EN EL BAÚL DE LOS RECUERDOS: EL CÓDIGO DA VINCI 20O7

 


Por Pedro Taracena Gil

Salvo la trama de intriga y casi ciencia-ficción, la historia novelada de la obra El código Da Vinci, no presenta nada nuevo que no hayan planteado los historiadores y teólogos. Para acercarse a estos temas, es imprescindible que la fe y la razón estén, nítidamente separadas, cada una en el lugar que le corresponde. La fe católica queda dogmáticamente definida en el Credo de todos conocido. Y se basa en los evangelios aceptados como escritos bajo la inspiración divina, es decir libros revelados por Dios escritos por hombres, testigos o no de la predicación de Cristo. El Nuevo Testamento, es el conjunto de libros y epístolas que contienen la verdad de Cristo. Sin embargo, cuando se aplican criterios históricos y se escudriñan otros testimonios que relatan el paso del hijo de María y José por la tierra, el rigor histórico no permite renunciar a rastro alguno, que pueda arrojar luz a los acontecimientos acaecidos acerca de la figura de Jesús de Nazaret. Me refiero a los llamados evangelios apócrifos y otros textos contemporáneos a éstos, en los primeros siglos de la Iglesia. La película resalta la figura de María Magdalena, como liberación de la mujer. Teólogos y escritores se están ocupando en estos tiempos de las relaciones de Cristo con las mujeres, sin perturbar la esencia del mensaje evangélico, recogido en los cuatro evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Otro tema que trata el libro en cuestión, es la irrupción del Emperador Constantino y el concilio de Nicea en el desarrollo de la Iglesia. Es un hecho histórico en el cual los cristianos dejan de ser perseguidos por los poderes romanos y aceptan de buen grado que la religión cristiana sea la religión que sustituye, de forma ambigua, las deidades paganas. La Iglesia abandona las catacumbas y toma parte del imperio. A través de la dudosa conversión del emperador, el cristianismo queda huérfano de la objetividad que emanaba de la doctrina predicada por Jesucristo. Hasta nuestros días, el pontífice y su corte, es decir el papa y la curia romana, constituyen el Gobierno de un imperio venido a menos y reducido a la Ciudad del Vaticano, pero las pompas, las ceremonias, los ornamentos, las vestimentas, son el vivo reflejo y la herencia de la Roma imperial.  El argumento de El código Da Vinci, refleja lo que ha sido la historia de cualquier imperio. Sus tiranías, grupos de presión, guerras intestinas, crímenes. Sus virtudes y perversiones. Todos los detalles y alusiones de la obra están llenos de verosimilitud. ¿Por qué el escándalo? La Historia con mayúscula nunca puede ser la base o la piedra angular de ninguna creencia religiosa. La fe es creer en virtud de una deidad, donde la razón tiene poca cabida. Si la Iglesia volviera a las raíces de la doctrina directamente predicada por Cristo, los cuatro evangelios, y no se hubiera otorgado la autoridad de reinterpretar su esencia a lo largo de veinte siglos, ahora, no tendría que apuntalar con mil argumentos ambiguos, esta enorme arquitectura de dudosa fidelidad a su origen. Comenzando por Pablo de Tarso, continuando por los padres de la Iglesia: Agustín, Anselmo y Jerónimo que impusieron un patriarcado; anulando el papel de las mujeres que el evangelio les había otorgado. La institución del papado dominando y manipulando las conciencias; arrogándose verdad e infalibilidad absolutas. La Inquisición, las corrupciones imperialistas, la reforma y contrarreforma como juegos de poder. Los grupos afines al monarca absoluto, como el Opus Dei y un sinfín de errores que nada tienen que ver con el cristianismo predicado y sí mucho con la frágil condición humana. Los creyentes sólo han sido testigos mudos y sometidos a la obediencia de un poder personal, que esclaviza y no libera.  La fe del cristiano no se debe de tambalear ni escandalizar por el contenido de la película, por mucho que se acerque o se aleje de la realidad. Los episodios de este relato ponen en evidencia toda la manipulación habida después de la doctrina emanada, directamente de Cristo. Gracias a los historiadores, arqueólogos, científicos y teólogos, brillará con más fuerza la fe de unos y la verdadera historia de la humanidad. Poner la razón al servicio de la fe y de la historia, al mismo tiempo, es una contradicción. La fe nos puede llevar a la salvación, pero la razón nos lleva a la verdad. Dos metas bien diferentes.

 EL VATICANO 1995

Pedro Taracena Gil 

Reportaje realizado con una cámara analógica MINOLTA 7000 y un carrete Kodak. Obtención de la digitalización en un CD ROM

 




























jueves, 3 de marzo de 2022

DEGUSTACIONES

 


 EDWARD


Me gusta entregar justo cada noche,

cuando el cansancio exige del amor,

la magia de mis dedos

en tus negros cabellos,

hambrientos de caricias,

sedientos de besos

y que juveniles eclosionan

desde tu nuca titilante.

Me gusta que me llames

desde el sur de los sures

y me pidas lo innombrable,

que flexiones tus rodillas,

que se turja la espuela

dentro de su nido de ovas,

como un cubil de hormonas.

Hacer real todo ese imaginario

que guardaste

en arcón con llave:

lo más luminoso

de humana definición.

Me gusta tu asertividad

sin tabúes ni teorías.

Los pactos de silencio.

El eco de tus axilas.

Y esa espalda cuajada de gemidos,

cuando estamos en unión:

puente sin artificios,

vascularidad que mueve

rostros ensimismados

hasta las piernas como lianas.

Me gusta el sabor de tu precipicio

que es como abismo total:

tan dulce para mi lengua

ansiosa de tu miel,

donde suelo depositar ardor

cual noria perpetua.

© Eduardo Vladímir Fernández Fernández

12 de julio de 2012


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