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Don Quijote y Sancho |
Ferrer Dalmau
"EN UN LUGAR DE LA MANCHA"
Una osadía
La historia empezó cuando el creador de este
personaje se empeñó en lanzar un dardo envenenado contra los libros de
caballería. Creyó que todo aquel que leyera estas aventuras de nobles damas y
valientes caballeros, se volvería loco y terminaría sus días como el ingenioso
hidalgo Don Quijote. Don Miguel, apellidado de Cervantes Saavedra, que así
llamaban al autor, consiguió del rechinar de su pluma sobre el papel, un
disparate lo suficientemente vivo, como para dislocar el equilibrio entre la
farsa y la realidad. Después de una dedicatoria al Duque de Béjar, a quien le
hace saber su decisión de “sacar a la
luz” el libro, “al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia”, redacta
un prólogo, donde se atisba el tratamiento que otorgará a Don Quijote en el uso
y abuso de la lengua castellana. En este preámbulo, se pregunta: ”¿qué podría
engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo
seco, avellanado antojadizo, y lleno de
pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como el que se
engendró en una cárcel, donde toda su incomodidad tiene su asiento y donde todo
triste ruido hace su habitación?”. Estas son las premisas que cimientan la
personalidad del, a pesar de todo, héroe de su historia. Son famosas en el
mundo entero las andanzas de Don Quijote, que siendo de la Mancha, su creador
tuvo a bien no revelar el lugar exacto donde desarrolló su vida.
En honor a la
verdad, en el sagrado y crítico momento que es elevado a la dignidad de
caballero andante, Don Quijote ya no pertenece a la Mancha, es patrimonio de la
condición humana. El propio autor es consciente que el personaje se le escapa
de su escritura. Toma vida propia y en no pocas ocasiones, no sabe si el
personaje es el autor o es el autor quien dicta al personaje. Pero aquí está la
grandeza de esta farsa. Al ser engendrado por el genio de un ser humano, éste
se otorga licencias sobre las peripecias del personaje. En su andadura, más
aún, en su cabalgar por el texto quijotesco, Don Miguel, lleva al protagonista
a situaciones verdaderamente insólitas. Le hace vivir realidades en un mundo
que sus vecinos no ven. Pero no en pocas ocasiones, invade de fantasías la
simplona vida de un hombre del pueblo como el vecino Sancho. ¿Quién de los
tres, Don Miguel, Don Quijote o Sancho, están en la realidad o en la ficción¿ ¿Quién
en la demencia o en la razón? ¿Quién sueña despierto o quién se cree sus
sueños? A medida que el hacedor de la historia, se precipita en sus
postrimerías, Don Miguel contempla cuán lejos ha llevado a Don Quijote, o en
verdad, cómo los vecinos perciben al bueno
de Alonso Quijano. Llegada la LXXIV jornada de su obra, el creador y
manipulador del personaje, le lleva la mano para que haga testamento. El
personaje, marioneta en manos de Cervantes, exclama: “Dadme albricias, buenos
señores, de que ya no soy Don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a
quién mis costumbres me dieron renombre de Bueno.
Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su
linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante
caballería; ya consoló mi necedad y el peligro en el que pusieron haberlas leído;
ya, por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las abomino”.
Ante este final, que de ingenioso tiene poco, ha llegado el momento de
revelarse. ¿Quién es Don Miguel para decidir la cordura o locura de sus
personajes? ¿Quién estaba en la mentira y quién en la verdad? ¿Era necesario
que, el Bachiller, el Cura y el Barbero, Sancho Panza, el Ama y la Sobrina,
¿fueran testigos de la caída de la máscara de Don Quijote? ¿Quién les
proporcionó más pasiones y vivencias, el hidalgo o el plebeyo, el loco o el
cuerdo? En algunos momentos de las peripecias, los cuerdos, vivían en la
fantasía del loco. A estas alturas de la Historia, alguien con más autoridad
que el propio autor, debía rechazar la firma del testamento que Don Miguel pone
en manos del hidalgo, y reivindicar el quijotismo que Alonso de Quijano, lleva
dentro.
Ese personaje
con vida propia y autoridad, soy yo. Don Quijote de la Mancha. Don Miguel, por
caridad: ¡Déjame morir como viví! No digas que fue un sueño.
Pedro Taracena
Gil
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