LA PLAZA DE LA CEBADA


Por Pedro Taracena Gil

Mi barrio

Nuestra visita al Museo de San Isidro de Madrid, me ha dado pie para hilar una serie de eventos y circunstancias que me han hecho percibir la evolución de su historia a través de los años. El guía del museo nos presentó como punto de partida la fauna del Madrid de la época de los glaciales. Descubrimiento de fósiles al extraer arena del cauce del río Manzanares a su paso por Madrid en los años 1958-1959. En esta fecha, aunque yo había nacido en Madrid, regresé de un pueblo de la provincia de Guadalajara con 14 años. Coincide que a pocos metros del Museo de San Isidro se encuentra la calle del Humilladero y justo en el 22, me instalé para vivir en casa de unos parientes. En el mismo barrio de La Latina se ubica la iglesia de San Pedro El Real La Paloma. En esta iglesia se da la coincidencia que es donde me bautizaron a los pocos días de nacer. Durante la visita nos explicaron el proceso de recuperación del edificio ligado a la historia de San Isidro Labrador que, junto a La Virgen de la Paloma, se constituyen en patronos protectores de la Villa y Corte de Madrid el primero, y del castizo barrio de La Latina el segunda. Las iglesias de referencia en aquella época pía fueron, además: El templo de San Francisco el Grande, famoso por el Tedeum Laudamos que el dictador organizaba para celebrar sus fastos acontecimientos. San Andrés, famosa iglesia que alberga la Capilla del Obispo, cuyo ábside se contempla desde el patio del museo. Pero nada más llegar a este barrio me vi envuelto en una gran polémica que años más tarde me hizo recordar el argumento de la zarzuela de la Gran Vía. Cuando los vecinos del centro de Madrid protestaron contra la Municipalidad por el proyecto de construir una Gran Vía que cruzara Madrid. En este caso los protagonistas eran los mercaderes de los puestos de la famosa Plaza de La Cebada, ubicada en la acera de la calle de Toledo. Porque la destrucción del vetusto mercado tenía los días contados.

Plaza de la Cebada

Recuerdo perfectamente que se trataba de una estructura metálica de planta geométrica con una organización de los puestos que me hizo recordar años más tarde, al gran Mercado de la Boquería de Barcelona. Y más grande y de mayor belleza que el Mercado de San Miguel, recientemente restaurado situado al lado de la Plaza Mayor. Mis familiares disponían de puestos de frutas y verduras, de ajos cebollas y especies, y de carnicería y salchichería. En aquella época los afectados no entendieron la destrucción del legendario mercado y hoy yo mismo sigo sin entenderlo. Como ocurriera en París con la construcción de Les Halles (1854-1866), en nuestra geografía las plazas en las que se ubicaban los mercados fueron testigos de nuevas estructuras que albergaron la actividad de los mercados de la alimentación. Varios casos análogos se repitieron en el Mercado de la Cebada y en el de los Mostenses, y ambas se encargaron al arquitecto municipal Manuel Calvo y Pereira.
Al final de la visita al Museo de San Isidro, hice un breve apartado con el amable guía que nos lo había ensañado y le pregunté sobre si el Ayuntamiento de Madrid había hecho alguna investigación sobre el motivo objetivo de la destrucción de la antigua Plaza de la Cebada. Según sus informaciones no le consta que en ningún momento desde los años cincuenta, se hubiera cuestionado la decisión del entonces alcalde de Madrid José Finat y Escribá de Romaní, Conde de Mayalde.
Mi apreciación personal de Wikipedia goza de un gran desprestigio, por no tener ningún apoyo científico, académico y tampoco el aval de ninguna firma que se haga cargo de su contenido. Pero por la ausencia de respuesta sobre la decisión de derrumbar La Plaza de la Cebada, acudí a esta fuente que respondía: "Debido a problemas higiénicos el edificio se derribó en 1956, construyéndose en 1958 un mercado de aspecto más funcional". En principio no se puede sacrificar un edificio de esas características cuando la solución a la aparente insalubridad sea su destrucción. Y las dos fechas son falsas. Yo llegué a Madrid con 14 años en febrero de 1959, y viví en la calle del Humilladero durante los cursos 59-60 y 60-61. Las obras de derribo debieron de comenzar en el 61-62. 


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