Buscando la verdad en la sensualidad y sexualidad patrimonio natural del ser humano.
Sin acudir a principios
científicos, por mera observación, los seres humanos recibimos sensaciones de
todo aquello que nos rodea a través de los cinco sentidos: la vista, el oído,
la lengua y labios, el olfato, los dedos y manos, son ventanas abiertas en
nuestro cuerpo para percibir ciertas variaciones sensoriales, que si son
positivas nos causan deleite, y si arrastran cargas negativas nos hacen daño.
El cuerpo en general puede ser receptor y emisor de una gran carga sensual. Una
suave brisa sobre el rostro, la contemplación en una puesta de sol paseando por
la playa con los pies descalzos, las caricias de la persona amada, un apretón
de manos entre amigos, o una sesión de masaje escuchando simplemente el
silencio. Las sensaciones conscientes propiciadas por estímulos propios o
ajenos, configuran nuestra sensualidad. Los animales también reaccionan ante
cualquier estímulo de acuerdo con claras o veladas muestras de agrado,
desagrado o indiferencia. Es evidente que no es preciso ser versado en ciencia,
para saber que la sensualidad toma parte del reino animal y es suficiente la
simple observación para comprobarlo.
El primitivo instinto de
procreación y conservación ha jugado un papel evidente en la evolución de las
especies. Además de los cinco sentidos captores de la sensualidad, la
naturaleza les ha dotado de la atracción sexual. El macho busca a la hembra
arrastrados en época de celo para la copula y de este modo garantizar la
supervivencia de su especie. Sin embrago la sexualidad en el ser humano, aunque
tenga el mismo fin, es mucho más compleja y se pueden apreciar muchos matices.
La mujer y el hombre no están a expensas del periodo de celo como el resto de
las especies. El libre albedrío decide cuándo y con qué fin se produce el
ayuntamiento sexual. La naturaleza que ha dotado de sexualidad a mujeres y
hombres, no está al servicio exclusivo de la procreación. Más aún, la
sexualidad enriquece sobremanera la sensualidad que proporcionan los cinco
sentidos, de los cuales estamos dotados. Sin profundizar en la antropología del
ser humano, se puede constatar que, aunque el aparato genital reproductor de
ambos sexos, encuentre su último fin en la procreación, de ninguna forma es
exclusivo y excluyente de otras manifestaciones sensuales y sexuales. Esta
evidencia promocionada por la naturaleza, no siempre ha sido interpretada por
el hombre de este modo.
El paradigma que la historia de
la humanidad ha ido diseñando a través de los tiempos, está preñado de
influencias decisivas culturales y religiosas. Cuando en este ensayo nos
referimos al paradigma, es evidente que esta singularidad encierra una
pluralidad. Contaminando los valores naturales de la sexualidad y la
procreación; estableciendo que la sexualidad es intrínsecamente mala cuando
trasgrede su fin, que es el de la procreación conforme a las leyes naturales.
Muchos son los avatares que han
configurado este binomio sexo-reproducción. Para acotar las secuencias en este
breve ensayo, podemos tomar el siglo XX en el contexto del mundo occidental,
como ejemplo de paradigma más próximo. La célula social que albergaba la venida
de la prole, era la constitución más o menos formal, de una futura madre y un
futuro padre. El mundo judeo-cristiano y más tarde el islam, introdujeron
mandatos de origen divino relativos al uso y abuso del sexo. La sociedad
occidental es producto de una religión monoteísta con mucho poder de influencia
sobre los pueblos, hasta la segunda mitad del siglo XX. El sexo quedaba
relegado al matrimonio religioso y exclusivamente con fines reproductores. Es
decir, la institución matrimonial ponía remedio a la concupiscencia,
resolviendo la incontinencia sexual. Sobre todo, encaminado a traer hijos al
mundo. El placer es una consecuencia que, obtenido al margen de este fin, es
pecado. Es reo de culpa y por tanto de condenación, quien practique
autocomplacencia en sus zonas erógenas mediante la masturbación. Tampoco le
está permitida la práctica coital con intención de evitar la concepción,
mediante profilácticos de cualquier tipo o eyaculando en el exterior, lo que se
viene denominado, onanismo. Por supuesto toda relación sexual encaminada
solamente al deleite sexual, fuera o dentro del matrimonio canónico, está
considerada como perversa y mala. Una vez situados en el lecho conyugal, no
todo les estaba permitido al hombre y la mujer. Las prácticas al margen del
ayuntamiento sexual exigido para que el semen del hombre se deposite en la vagina
de la mujer, son consideradas como pecado y contra natura.
Es fácil deducir que la
sexualidad y la religión son opciones antagónicas. La religión considera la
sexualidad como algo sucio, vicioso y malo. Sin embargo, la abstinencia y el
autocontrol se valoran como virtudes y conductas meritorias. La sexualidad al
margen de la procreación, es pecado mortal, sin embargo, estas mismas conductas
en las sociedades occidentales, se reconocen como derechos intrínsecos de la
persona. La evolución de las ideas morales y políticas a través de las épocas
ha sido muy lenta, y la separación del poder religioso y el poder político, ha
caminado en paralelo acompañados del pensamiento teológico y racional
respectivamente. Dando lugar a los estados donde el hecho religioso se reducía
al ámbito privado, surgiendo las sociedades laicas. Los estados modernos se
dotaron de constituciones laicas o aconfesionales. Como consecuencia de este
laicismo sin ataduras religiosas, surgió la libertad sexual que se convirtió en
un derecho inalienable de la realización de la persona. Pero en no pocos países
el conflicto sigue situado entre la vieja alianza trono altar y el maridaje de
facto entre la Iglesia y el Estado. Sobre todo, en las naciones que siguieron
la Contrarreforma de la Iglesia Romana, han mantenido y mantienen un reducto
nada despreciable de oposición a los valores laicos, ajenos a cualquier
confesión religiosa. El caso español es un ejemplo de la influencia de las
tesis vaticanas a lo largo del siglo XX, a pesar de dotarse de la Constitución
de 1978, con valores laicos y teóricamente aconfesionales.

La libertad sexual, supone la
ruptura del paradigma. La sexualidad considerada como un valor positivo marca
la mayor ruptura, entre el pensamiento basado en la razón y los principios
aceptados por la fe. Donde la sexualidad no entiende de géneros. El hombre y la
mujer son iguales y ligados por valores humanos, no divinos. Son libres para
desarrollar la sexualidad de forma individual, buscando su propio placer.
También entre hombres y mujeres o bien formando parejas del mismo sexo, sin
necesidad de establecer ningún vínculo legal. Respetando siempre los
compromisos evidentes de respeto, igualdad, libertad y complicidad. Donde nadie
es más que nadie, ni menos que ninguno. El fin de las relaciones sexuales no es
la procreación. La procreación es una opción. De aquí se deduce que la
maternidad no viene impuesta a la mujer. La mujer decide ser madre o no. Y una
vez embarazada establece si desea parir o interrumpir su embarazo según las leyes.
La maternidad es un derecho, no una obligación. Y el derecho a decidir sobre su
propio cuerpo es de la mujer, no del Estado o de la sociedad. La discrepancia
sobre si la interrupción voluntaria del embarazo, es un derecho de la mujer o
prevalece el derecho a la vida del no nacido, es una discusión que tiene bases
morales y religiosas, no científicas.
La libertad sexual nos conduce a
la igualdad, esta igualdad no la concede la realidad de ser padres. La igualdad
viene dada por el derecho natural reconocido por la Constitución. El ser humano
tiene los mismos derechos, sea mujer u hombre. A estas alturas los logros y
cotas obtenidas en el derecho a la libertad sexual y en la igualdad en general,
se puede afirmar sin lugar a equivocarnos que, en el plano personal, social y
legal, sí se ha roto el paradigma. No obstante, este paradigma aún se resiste a
desaparecer, pero los argumentos que lo sustentaba están perdiendo fuerza.
Todo aquello que era pecado,
prácticas contranaturales que constituían esquemas inamovibles como la familia
tradicional, han saltado por los aires. Las prácticas sexuales son una realidad
en nuestra vida. Más aún, la sexualidad es el motor del mundo. La sexualidad
está presente de forma individual y compartida, hombres con hombre, mujeres con
mujeres, mujeres con hombres, formando parejas de hecho o de derecho.
Matrimonios mixtos, civiles o religiosos, porque en el caso de los matrimonios
religiosos, los hay que no aceptan todos los preceptos canónicos; quedando la
ceremonia eclesiástica como un evento social. El erotismo es el amor sensual e
impulsor de la sexualidad. Es la capacidad del ser humano para imaginar y crear
fantasías que exciten el apetito sexual, y así lograr mayores cotas de
originalidad y de placer; evitando la rutina y ahuyentando el tedio. La libido
es la fuente del deseo sexual, considerado por algunos sexólogos como la raíz
de las manifestaciones de la actividad psíquica. La divinidad Eros, antagónica
de Yavé, exalta el amor físico elevándolo a la categoría de sublime. Esta
narración poética entra en conflicto con los estoicos planteamientos del
paradigma ancestral herido de muerte en nuestros días. Planteamiento prosaico
de que el sexo únicamente sirve para engendrar y multiplicar la especie.
Observando los avances y logros
sensuales, sexuales, eróticos y por qué no, pornográficos, encontramos que las
satisfacciones logradas, han saltado los muros de los lechos amorosos y se
comparten con las redes sociales en beneficio de la colectividad. La escuela de
la sexualidad es una realidad. Los temas tabúes salen de los armarios de la
hipocresía, y alcanzan el valor que nunca debieron haber perdido.
Ahora se habla de las conquistas
de la mujer en la consecución de sus orgasmos. En las iniciativas y
alternativas, donde no hay nada vedado o vetado. El débito conyugal no doblega
a la mujer a ser la sirvienta sexual del hombre. Puede rechazar o demandar
solicitudes de su compañero, como el coito anal, el sexo oral o la colocación
de un preservativo si así lo desea. La “postura del misionero”, preconizada por
la Iglesia, queda fuera del lecho del placer. Hay alternativas venidas de
Oriente o de Occidente que son más placenteras y menos dependientes y
humillantes.
Si el paradigma se ha roto con la
legalización de las relaciones gay, la irrupción legal también de las
relaciones lésbicas, han tenido mayor explosión de libertad si cabe, y luchan
porque su visibilidad en la sociedad sea mayor hasta alcanzar la normalidad. Al
menos en el lenguaje habitual ya no se oculta que el hombre también tiene su
punto G. Y que las relaciones entre mujeres, aunque no disponen del falo, pieza
considerada esencial en la historia de la humanidad, no son por ello menos
placenteras. El falo tiene mucho de mito. Es el símbolo del poder sexual, de la
fertilidad como esencia de la procreación, y sobre todo al hombre se le
consideraba hombre mientras su miembro viril se hallase en erección. ¡Cuántos
fracasos amorosos se han producido por esa petulancia! Mientras el hombre
presumía de no se sabe cuántos polvos por unidad de tiempo imprecisa, pocas
veces enumeraba los orgasmos que había provocado en su amante. Y mientras su
altanería no tenía límites, en los lechos conyugales se acuñaba la frase del
orgasmo fingido. El falo también es el símbolo de la sumisión de la mujer ante
el hombre, casi por naturaleza.

El paradigma se ha roto, y con
él, el mito del macho ibérico. Mito estrictamente español inspirador de
dramaturgos y músicos. El pene es el símbolo del sexo, pero no de la
sexualidad, y menos de la sensualidad, que interviene todo el cuerpo. Hay
hombres que, por razones patológicas, padecen de forma permanente o temporal la
disfunción eréctil. ¿Este hombre es un mutilado sexual? No, simplemente tendrá
que utilizar otras herramientas de su propio cuerpo. La sexualidad se concibe
en el cerebro y a través de las habilidades sensuales puede alcanzar sus
ansiados objetivos. A raíz del episodio eréctil un paciente consultaba a su
cirujano: “Doctor, ahora que me ha practicado una extirpación radical de la
próstata por un tumor cancerígeno, ¿no volveré a encontrarme el punto G? Esto
lo decía antes de salir del hospital. En la primera revisión después de la
intervención quirúrgica, el propio paciente traía la respuesta. Lo que él creía
que provocaba el placer orgásmico, no era la superficie de la próstata, las
órdenes procedían de más arriba.
El paradigma ha roto, también,
los dogmas y mitos tradicionales. Aquellas personas que se unían en matrimonio
soportaban el yugo de la sentencia implacable que decretaba: “Y se unirá el hombre
a la mujer y serán los dos una misma carne, hasta que la muerte les separe” Así
se comenzaba a vivir en una mentira. Se condenaban a que este yugo les hiciera
iguales, no siendo posible y además perdiendo forzosamente su individualidad.
Los dos juntos cumplían la condena de hacer lo mismo, aceptando lo mismo y
discrepando en lo mismo. Mientras se producía el hecho de que el amor podría no
ser eterno. Este concepto perverso de la unión, mataba toda riqueza individual
perdiendo la ocasión de complementar la vida en común. Cualquier osadía que
intentara salirse del guion establecido, caía sobre el transgresor la sospecha
de infidelidad. Este pretendido equilibrio lejos de hacer justicia, favorecía
las tendencias de posesión del hombre (activo), y las posturas sumisas de la
mujer (pasiva). El amor nada tenía que ver con la procreación y la sexualidad
tampoco estaba exclusivamente ligada al amor. El amor, el sexo y la procreación
no formaban una misma esencia. Podían coincidir en el tiempo, pero no constituía
garantía de permanencia. La venida de los hijos en esa confusión de falsedades
conceptuales, encubría evidencias que, de existir, eran temporales o nunca
habrían estado presentes, al menos como estaban escritas en los paradigmas
ancestrales. El yugo matrimonial a perpetuidad engendraba el machismo que
tardaría muchos siglos en considerarse como perverso y negativo, atentado
contra la dignidad de la mujer y contra la igualdad. Dejando constancia que: el
amor, el cariño, la sexualidad, la sensualidad y la procreación, pocas veces
venían juntas como libre opción. Quedando claro que para conseguir la
perpetuidad de la especie solamente es necesario el ayuntamiento carnal. Como
el resto de los animales.
Antes de continuar sobre las
opciones sexuales, es preciso hacer un hueco a la virginidad. El estado virgen
tanto del hombre como la mujer, era valorado de forma diferente. El hombre
tenía patente de corso para abandonar este estado tan pronto como tuviera
oportunidad; encontrando siempre un apoyo en un amigo o en algún familiar. La
mujer sin embargo debía ir virgen al matrimonio, de otro modo era rechazada por
el posible pretendiente y en otros extremos, si se perdía antes del enlace
matrimonial caía una mancha sobre ella y en algunas etnias sobre su familia. La
virginidad en la actualidad carece de valor y tan solo en los colectivos
creyentes y practicantes, se tiene en cuenta. Actuando más como prejuicio
social, que como convicción religiosa o moral. Sobre todo en algunas etnias.
Cuando el paradigma se rompe, se
destruye de forma radical, porque es difícil de recomponer y más aún mantener
ciertas partes de un todo, granítico y ancestral una vez roto. La libertad se
impone y los prejuicios irracionales dan paso a la naturaleza que es todo
lógica, mostrándose dócil ante la voluntad del ser humano. Libertad,
responsabilidad e igualdad. Todos estos valores no pretenden justificar y
argumentar la ruptura del paradigma. No, solamente pretenden observar cómo se
comportan la mujer y el hombre cuando no pesa sobre ellos, las imposiciones que
contradicen su natural forma de realizarse. Evitemos caer en epítetos como:
antinatural, contra natura, aberración sexual, desviación de la conducta humana
y otros que califican como negativo todo aquello que es ajeno al paradigma ancestral.
Calificativo repetido en este ensayo de forma ineludible. Es evidente que, con
ausencia de libertad en las relaciones mutuas de cualquier naturaleza, el abuso
de una de las partes sobre la otra y agresiones que violenten la voluntad del
otro, nos adentramos en conductas perversas y detestables. Pero mientras
obedezcan a decisiones libres y responsables, sin prejuicio de un tercero, el
paradigma lejos de recomponerse, seguirá roto para siempre.
Después de esta anotación
necesaria, nos adentramos en el interior del paradigma descompuesto y
desactivado. Cómo abordar la bisexualidad, la transexualidad, el cambio entre
parejas, el llamado mémge á trois, la
orgía… Todo ello lo vamos a tratar aquí a partir de la base de que estos
comportamientos no contradigan la voluntad de los protagonistas en cualquier
variante del encuentro sexual.
Hay hombres que nacieron mujeres
y mujeres que nacieron hombres. Es una evidencia incontestable, porque los
órganos reproductores son de naturaleza biológica, y los sentimientos y las
opciones sexuales emanan de la mente. El género no es exclusivo del órgano
genital, es más complejo y se encuentra en lo más profundo de la personalidad
del ser humano. El paradigma se rompe porque esta materia no es de índole moral
y encorsetar la naturaleza de la persona en un paradigma hecho por los hombres
para medir y excluir a los otros hombres, es perverso. Como resultante de esta
ruptura la legislación de cada país, tiene en sus manos elevar a legal lo que
en la calle es real de índole natural. No ha estado nunca en las manos del
hombre o la mujer racionalizar el curso de su propia naturaleza. Bien es verdad
que la ciencia está dando respuesta y encauzando estos conflictos personales,
de forma satisfactoria.
Otra de las opciones de índole
sexual que podemos observar y que corresponde a la vida hecha realidad y
tangible, es la bisexualidad. Es decir, aquellos seres humanos que, siendo
heterosexuales, sienten también atracción sexual por el mismo sexo. La opción
puede presentar conflictos frente a una tercera persona, pero esto no anula la
realidad y tan solo se puede valorar como negativo, si se perjudica o engaña el
compromiso contraído con otra persona. Pero nunca por cuestiones religiosas o
costumbres morales. La bisexualidad es una forma más de realizarse sexualmente.
Es una prueba más de que el modelo natural basado en la libertad y en la
igualdad, nada tienen que ver con el paradigma impuesto por los dioses,
implantado por la clase sacerdotal que se arrogaba la infalibilidad de interpretar
la verdad absoluta, al margen de la naturaleza. El placer es naturalmente
positivo y la realización sexual un atributo y un derecho.
Después de estos planteamientos
que venimos considerando de procedencia natural, es decir la sensualidad y la
sexualidad, existen otras realidades las cuales se sitúan en el campo del amor.
Como realidad social venimos observando las diversas opciones amatorias,
formales, legales, de hecho, o de derecho. Pero siempre contemplando dos
sujetos como únicos protagonistas. No obstante, la realidad nos dice que hay
quien ha tratado de darse respuesta a la cuestión de tres protagonistas en el
juego amoroso, no solamente de forma esporádica, sino establecido que no
formalizado de derecho, en una opción de convivencia. Esta práctica minoritaria
e innegable en nuestros días, rompe más si cabe el paradigma ancestral. Los hay
que lo consideran contra la naturaleza y sus defensores, determinan que es una
opción como las demás. Cuando las encuestas que estudian todas estas cuestiones
que venimos tratando muy someramente en este breve ensayo, hacen preguntas
secretas, espontaneas y libres, todas las opciones naturales posibles salen a
la superficie con todos sus matices, es el bagaje cultural el que encorseta los
hábitos y costumbres en lo tradicionalmente admitido como único natural y
bueno. Pero nada tiene que ver con que esa estructura sea granítica y eterna.
Hay libros que han profundizado en estas fórmulas de convivencia basadas en una
relación íntima amorosa con tres personas de diferente género, libre, sincera,
simultánea, estable y sexual. Donde siempre está presente el consentimiento de
todos los integrantes de la unidad amorosa. Estos libros son: El mito de la
monogamia. Siglo XXI. Madrid, 2003. Por David Barash y Judith Lipton. O
también, Promiscuidad. Editorial Laetoli. Pamplona, 2007.
Aunque este breve ensayo se quede
corto a la hora de abarcar la magnitud de la grandeza de la sensualidad y
sexualidad humanas, no podemos ignorar las opciones llamadas aberrantes: El
triángulo sexual formado por tres personas combinando todas las posibilidades
de género, es evidente que no corresponde a ningún estatus social formalizado,
pero es una prueba de que existe este tipo de relaciones sexuales. Son opciones
libres y privadas, no clandestinas porque quien las lleva a cabo no es reo de
culpa. Cualquier práctica sexual por extrema que sea a los ojos de los demás,
solamente si quebranta la ley o escandaliza a menores, constituyen una conducta
punible. Avanzando hacia los extremos, también toman parte de la realidad las
orgías y las bacanales, heredadas sobre todo de los romanos. Como hemos trazado
anteriormente, si son privadas, libres y no se denigra a la persona, toman
parte de la riqueza que ofrece la capacidad sexual del ser humano.
Antes de que la sociedad en su
mayoría hubiera roto el paradigma, que atenazaba los usos y costumbres de
índole sexual, se produjeron comportamientos sexuales transgresores del
puritanismo imperante. En el ámbito privado se realizaban intercambio de pareja
dentro del hábito heterosexual tradicional. Un encuentro que proporcionaba
otras alternativas sexuales, eróticas y creativas. Serían pecados para la
moral, pero no para el mundo laico.
Nos hacemos eco también de otra
sensualidad mucho más sutil e imprecisa. Se trata de la atracción sentida no
importa en qué género nos situemos, a la hora de manifestarnos mutuamente
cariño, ternura, complicidad, amistad, hermandad, camaradería o compañerismo.
En este campo la sensualidad, es decir la expresión espontánea de los
sentimientos, está encorsetada en unas formas sociales tradicionalmente
etiquetadas ausentes de expresividad. Aunque en los últimos años podemos
observar una evolución manifiesta: los hombres y las mujeres se dan dos besos,
aunque no sean familiares consanguíneos, y entre hombres se besan sin
connotaciones homosexuales. Pero si rompemos el paradigma, rompámoslo en todas
sus acepciones. Las muestras sensuales de cariño que se intercambian, por
ejemplo, las mujeres entre sí, no se reproducen de forma análoga a la de los
hombres. Habría que hacer una reflexión sobre, si el auto control que se
imponen los hombres a la hora de manifestar las muestras de cariño o de
ternura, obedece a reminiscencias del paradigma de antaño, o bien somos
conscientes de que estamos reprimiendo nuestros sentimientos sensuales:
abrazos, masajes entre hombres, aplicación mutua de crema solar, un sinfín de
conductas que llevan consigo la amenaza de pasar por homosexuales. Advirtiendo,
no obstante, que no hemos mencionado los órganos genitales ni las sensaciones
sexuales. Además, estas sensaciones conscientes no entienden de género, son
comunes al ser humano porque posee los mismos sentidos: ver, oler, gustar, oír
y tocar. Para hombres y mujeres y entre hombres y entre mujeres. El resultado
de la reflexión, quizás, nos anuncia que estamos renunciando a algo en aras de
lo absurdo… Porque hemos atribuido, no solamente conductas de protocolo y
cortesía superficial, sino que también hemos reprimido nuestros impulsos
espontáneos que contienen sentimientos de alto contenido humanístico. No se
trata de romper el paradigma de antaño y reemplazándolo por otro de hogaño. Con
este planteamiento lo que se reclama es la espontaneidad emocional, al margen
de la opción sexual.

No ha sido fácil para los autores
de este breve ensayo, huir de tecnicismos científicos que podrían esterilizar
su contenido, pero lo que sí pensamos que se haya conseguido, es presentar
negro sobre blanco esta apasionante experiencia humana. Es decir, la
sensualidad y la sexualidad que es común a todos los mortales, aunque cada cual
tenga su forma de vivirla y compartirla, al margen del paradigma. Paradigma que
estos autores reconocen que pesa como una losa sobre todo en las generaciones
pretéritas. Aunque ahora tengamos la satisfacción de entregar otra realidad más
humana a las generaciones venideras.
Este breve ensayo estaría
mutilado si no dedicara unas líneas para aquellas personas que teniendo a su
alcance una vida sensual y sexual, renuncian a ella y se consagran a la
castidad, más aún a una virginidad perpetua. Hombres y mujeres, todos ellos
consagrados a causas religiosas o laicas, bajo un rigor estoico. Este equipo ha
tenido la oportunidad de conocer de viva voz a personas que han hecho suya,
también, esta realidad. Aunque hay teorías que mantienen que unos se hacen
eunucos por voluntad propia y otros son eunucos por una causa transcendental,
asistidos por una fuerza que les alivia la concupiscencia. Esta composición
CONTEMPLACIÓN, pretendida como un poema, nos hace movernos en la línea
divisoria entre el sentir y consentir… Entre la mística y la sexualidad…
El verbo
se ha clausurado,
el
silencio se hace salmodia
y el
trino de los vencejos,
Resaca de
noches engolfadas
con las
mieles del amado,
droga
cotidiana de eunucos,
del
infierno escapados...
colmadas
de angélicos aquelarres.
Fiestas
vividas en íntimas estancias,
llenas de
inconfesables placeres;
pórtico y
flagelo de mi vida,
lecho
mortuorio de mis sentidos.
Antes de
nacer o antes de morir.