Por Pedro Taracena
“En
la séptima década del siglo pasado, el dueño de España estaba muy satisfecho de
que las cosas en el país empezaban a progresar de forma muy adecuada. Bueno,
como aquellos jóvenes que progresaban adecuadamente en las evaluaciones de la
EGB. Este patriota tuvo la brillante idea de convocar al país a un gran
banquete. Un banquete celebrando una fiesta que durara cuarenta años.
Habíamos logrado que el enfrentamiento fratricida se hubiera borrado de
nuestras mentes, y estos fastos acontecimientos guiaban nuestra amnesia
nacional.
A
este gran banquete nacional acudieron los tres poderes del estado, la clase
política, la casta sacerdotal, los militares, los policías, los nobles, la
clase media formada por los trabajadores, la clase obrera y también los ricos.
Por supuesto para dar testimonio fehaciente de la armonía social estaban los
medios de comunicación, prensa, radio y televisión. La gente veneraba su
propiedad privada, beneficios obtenidos con la Transición y los empresarios y
financieros adoraban al Becerro de Oro, que brillaba más que nunca. Pero
de repente los comensales del banquete, escucharon algarabías en el exterior
del recinto donde hasta entonces había reinado la paz, el sosiego y la
hermandad. Eran gentes que no habían asistido al banquete nacional.
Personas de todas las edades pero sobre todo jóvenes. Los comensales se
tranquilizaban los unos a los otros. Pero se preguntaban el porqué de ese
alboroto, que cada vez era más insistente en calles y plazas, de no pocas
ciudades del Reino. Qué hacer. Cómo actuar… Los asistentes al gran banquete,
comenzaron a buscar razones de ese griterío… ¿Qué desean? ¡Si lo tienen todo…!
Los más sagaces se dieron cuenta que ya llevaban cuarenta años de
albricias y festejos y que los alborotadores, unos parias, no habían sido
invitados al banquete.
En
el interior del recinto estos comportamientos del exterior comenzaban a influir
en el ánimo de los que ya estaban ahítos de fiesta y de alegría. El anfitrión,
dueño del dinero no encontraba explicable estas quejas, pero tuvo que buscar
ayuda a otros mercaderes para abordar la falta de víveres en las despensas
medio vacías del banquete. Empezaron a reconocer que se habían olvidado
de demasiada gente para que participara en este convite nacional. Las
puertas del banquete comenzaron a entornarse para contemplar mejor lo que allí
fuera sucedía. Los comensales encerrados después de cuatro décadas,
reconocieron que quienes estaban en el exterior eran sus hijos y sus
nietos. También a colegas de profesión y compañeros de trabajo. Se extrañaban
que hubieran estado durante tanto tiempo sin oírles ni verles. El capo del
banquete dio instrucciones para que todo siguiera como hasta entonces. Allí, no
había pasado nada, la paz, el orden y el sosiego eran la mejor garantía. En el
fondo eran unos desarrapados, jaraneros y alborotadores. Algunas voces hablaban
de desalójales de los lugares públicos porque alteraban el buen funcionamiento
del turismo. Después de algunos meses, decidieron que, quizás, lo mejor sería
que entraran al banquete. Y así se hizo en un gesto de magnificencia. Cuando
entraron los parias que habían estado en la calle, apenas se podían entender
con los comensales oficiales del banquete. Hablaban otro idioma, otra jerga. La
organización, la información y la comunicación no eran las mismas. Utilizaban
móviles para comunicarse al instante. Tenían redes sociales en Internet que
eran un auténtico escaparate al mundo. Apenas compartían valores sociales,
políticos y económicos con los que llevaban cuatro décadas aislados en otro
mundo. El mundo del banquete. Estaban muy bien formados: profesores,
universitarios, científicos, jueces, militares, economistas, estudiantes y
trabajadores de todas las edades. Los comensales del banquete seguían en su
mundo feliz. A los nuevos comensales jamás les respetaron y siempre les despreciaron,
desprestigiaron y calumniaron.
Cuando
el oligarca les permitió la entrada al banquete, la fiesta iba de capa caída.
Aunque se conservaba aún las formas y el ritual de un banquete de antaño. Los
advenedizos no renunciaron a volcar sobre la fiesta ya decadente su nuevo
estilo: ropa, expresiones, sencillez y sobre todo denunciando deficiencias,
injusticias y miserias que la casta venían ocultando. Hubo un auténtico choque
generacional. Los vetustos personajes del sistema, situados en los lugares
preferentes del banquete, tuvieron que oír la verdad de los recién
llegados, que nunca habían deseado decir ni escuchar”.
Esta
es la España imaginaria de nuestro cuento, nos viene a recordar dos
consideraciones esenciales para alcanzar la reconciliación pendiente de aquel
enfrentamiento criminal y fratricida de la Guerra Civil, provocada por un
genocidio planificado antes del 18 de julio de 1936. Y sobre todo la mentira
alcanza mayor intensidad cuando se denigra la Memoria Histórica, apostillando
que no hay que abrir heridas, tampoco dividir y romper España:
Según
mantenía Václav Havel en su libro El poder de los sin poder, la Crisis de identidad y la crisis moral de la sociedad, ambas
crisis se plantean entre los que están en el banquete y los que no han sido
invitados. La rebelión por la verdad es un acto profundamente moral, por
los perjuicios que acarrea, y sobre todo por su carácter disfuncional para la
vida. La vida en la verdad se convierte, por ello, en el único fenómeno
político con tintes transformadores. Y España lleva demasiados lustros viviendo
en la mentira apuntalada de embustes. Esta sería la primera consideración.
Y la segunda estaría basada en aquella expresión que: “de aquellos
polvos estos lodos”. Y volvemos a denunciar la mentira de la reconciliación:
Es mentira que fuera un Alzamiento Nacional, es verdad que fue un
golpe de estado militar cruento.
Es mentira que tuviera lugar una Cruzada de Liberación Nacional,
es verdad que fue una Guerra Civil provocada por la resistencia a un genocidio.
Es mentira que el Movimiento Nacional fundara una democracia
orgánica. No, después de la victoria Franco impuso una dictadura criminal.
La Transición lejos de condenar el franquismo, acordó la más
vergonzosa de las perversiones. Dejó un genocidio impune en el corazón de la
Unión Europea, en los siglos XX y XXI. La España democrática alimentó su propia
mentira.
La España del siglo XXI está anclada en su mentira histórica y en
la mentira cotidiana del Gobierno ahíto de corrupción.
¿Cómo vamos a vivir en la verdad si estamos anclados en la
corrupción y en la mentira?
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