23 DE ABRIL DE 2017
El
Quijote se lee cuando lo establece Don Miguel de Cervantes Saavedra, no
cuando lo elige el individuo. Se comienza su lectura en diversas épocas
de la vida del hombre, lugar donde se cree tener la capacidad para asimilar esta obra hasta su última palabra. Pero el momento llega, y entonces es
cuando se descubre el maravilloso disparate que supone este relato, que entre otros
aspectos, es una sublime historia de amistad. Cuando una mujer o un
hombre hacen que El Quijote penetre en su vida, como compañero de viaje, ese momento
marca un antes y un después en su perspectiva humanística.
MINGOTE
LOS ESPAÑOLES TAMBIÉN LEEN EL QUIJOTE
"En un lugar de la mancha..."
Una osadía
Por Pedro Taracena Gil
“En
un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordare, no ha mucho
tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga
antigua, rocín flaco y galgo corredor”. Este personaje, más tarde
nombrado caballero andante, no era hidalgo porque su sangre fuera de
clase noble y distinguida, tampoco hidalgo de cuatro costados, nieto de
nobles abuelos paternos y maternos. Sus vecinos contemporáneos, no le
reconocían como hidalgo de bragueta, hijo de padre que, por haber tenido
siete hijos varones consecutivos, en legítimas nupcias, era merecedor
de reconocida hidalguía. En postrera consideración, tampoco era hidalgo
de gotera; gozando los privilegios en el pueblo que residía y
perdiéndolos si se iba a otro. Aunque su hidalguía y nobleza estaba en
entredicho, este caballero andante se revestía y tocaba con atributos
que le hacían vivir aquello que no era. Percha en la cual hacía
descansar su pica, pendiente de su brazo, un escudo de cuero ovalado y a
veces con figura de corazón, abrasado por el amor de su amada; montado a
lomos de su caballo, de mala traza y poca alzada.
La
historia empezó cuando el creador de este personaje se empeñó en lanzar
un dardo envenenado contra los libros de caballería. Creyó que todo
aquel que leyera estas aventuras de nobles damas y valientes caballeros,
se volvería loco y terminaría sus días como el ingenioso hidalgo Don
Quijote. Don Miguel, apellidado de Cervantes Saavedra, que así llamaban
al autor, consiguió del rechinar de su pluma sobre el papel, un
disparate lo suficientemente vivo, como para dislocar el equilibrio
entre la farsa y la realidad. Después de una dedicatoria al Duque de
Béjar, a quien le hace saber su decisión de “sacar a la luz” el libro,
“al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia”, redacta un
prólogo, donde se atisba el tratamiento que otorgará a Don Quijote en el
uso y abuso de la lengua castellana. En este preámbulo, se pregunta:
”¿qué podría engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la
historia de un hijo seco, avellanado antojadizo, y lleno de pensamientos
varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como el que se engendró
en una cárcel, donde toda su incomodidad tiene su asiento y donde todo
triste ruido hace su habitación?”. Estas son las premisas que cimientan
la personalidad del, a pesar de todo, héroe de su historia. Son famosas
en el mundo entero las andanzas de Don Quijote, que siendo de la Mancha,
su creador tuvo a bien no revelar el lugar exacto donde desarrolló su
vida.
En
honor a la verdad, en el sagrado y crítico momento que es elevado a la
dignidad de caballero andante, Don Quijote ya no pertenece a la Mancha,
es patrimonio de la condición humana. El propio autor es consciente que
el personaje se le escapa de su escritura. Toma vida propia y en no
pocas ocasiones, no sabe si el personaje es el autor o es el autor quien
dicta al personaje. Pero aquí está la grandeza de esta farsa. Al ser
engendrado por el genio de un ser humano, éste se otorga licencias sobre
las peripecias del personaje. En su andadura, más aún, en su cabalgar
por el texto quijotesco, Don Miguel, lleva al protagonista a situaciones
verdaderamente insólitas. Le hace vivir realidades en un mundo que sus
vecinos no ven. Pero no en pocas ocasiones, invade de fantasías la
simplona vida de un hombre del pueblo como el vecino Sancho. Quién de
los tres, Don Miguel, Don Quijote o Sancho, están en la realidad o en la
ficción. Quién en la demencia o en la razón. A medida que el hacedor de
la historia, se precipita en sus postrimerías, Don Miguel contempla
cuán lejos ha llevado a Don Quijote, o en verdad, cómo los vecinos
perciben al bueno de Alonso Quijano. Llegada la LXXIV jornada de su
obra, el creador y manipulador del personaje, le lleva la mano para que
haga testamento. El personaje, marioneta en manos de Cervantes, exclama:
“Dadme albricias, buenos señores, de que ya no soy Don Quijote de la
Mancha, sino Alonso Quijano, a quién mis costumbres me dieron renombre
de Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita
caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de
la andante caballería; ya consoló mi necedad y el peligro en el que
pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios, escarmentando en
cabeza propia, las abomino”. Ante este final, que de ingenioso tiene
poco, ha llegado el momento de revelarse. Quién es Don Miguel para
decidir la cordura o locura de sus personajes. Quién estaba en la
mentira y quién en la verdad. ¿Era necesario que, el Bachiller, el Cura y
el Barbero, Sancho Panza, el Ama y la Sobrina, fueran testigos de la
caída de la máscara de Don Quijote? ¿Quién les proporcionó más pasiones y
vivencias, el hidalgo o el plebeyo, el loco o el cuerdo?. En algunos
momentos de las peripecias, los cuerdos, vivían en la fantasía del loco.
A estas alturas de la Historia, alguien con más autoridad que el propio
autor, debía rechazar la firma del testamento que Don Miguel pone en
manos del hidalgo, y reivindicar el quijotismo que Alonso de Quijano,
lleva dentro.
Ese personaje con vida propia y autoridad, soy yo. Don Quijote de la Mancha. Don Miguel, por caridad: ¡Dejadme morir como viví!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario