Por Pedro Taracena Gil
Salvo la trama de intriga y casi ciencia-ficción, la historia novelada de la obra El código Da Vinci, no presenta nada nuevo que no hayan planteado los historiadores y teólogos. Para acercarse a estos temas, es imprescindible que la fe y la razón estén, nítidamente separadas, cada una en el lugar que le corresponde. La fe católica queda dogmáticamente definida en el Credo de todos conocido. Y se basa en los evangelios aceptados como escritos bajo la inspiración divina, es decir libros revelados por Dios escritos por hombres, testigos o no de la predicación de Cristo. El Nuevo Testamento, es el conjunto de libros y epístolas que contienen la verdad de Cristo. Sin embargo, cuando se aplican criterios históricos y se escudriñan otros testimonios que relatan el paso del hijo de María y José por la tierra, el rigor histórico no permite renunciar a rastro alguno, que pueda arrojar luz a los acontecimientos acaecidos acerca de la figura de Jesús de Nazaret. Me refiero a los llamados evangelios apócrifos y otros textos contemporáneos a éstos, en los primeros siglos de la Iglesia. La película resalta la figura de María Magdalena, como liberación de la mujer. Teólogos y escritores se están ocupando en estos tiempos de las relaciones de Cristo con las mujeres, sin perturbar la esencia del mensaje evangélico, recogido en los cuatro evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Otro tema que trata el libro en cuestión, es la irrupción del Emperador Constantino y el concilio de Nicea en el desarrollo de la Iglesia. Es un hecho histórico en el cual los cristianos dejan de ser perseguidos por los poderes romanos y aceptan de buen grado que la religión cristiana sea la religión que sustituye, de forma ambigua, las deidades paganas. La Iglesia abandona las catacumbas y toma parte del imperio. A través de la dudosa conversión del emperador, el cristianismo queda huérfano de la objetividad que emanaba de la doctrina predicada por Jesucristo. Hasta nuestros días, el pontífice y su corte, es decir el papa y la curia romana, constituyen el Gobierno de un imperio venido a menos y reducido a la Ciudad del Vaticano, pero las pompas, las ceremonias, los ornamentos, las vestimentas, son el vivo reflejo y la herencia de la Roma imperial. El argumento de El código Da Vinci, refleja lo que ha sido la historia de cualquier imperio. Sus tiranías, grupos de presión, guerras intestinas, crímenes. Sus virtudes y perversiones. Todos los detalles y alusiones de la obra están llenos de verosimilitud. ¿Por qué el escándalo? La Historia con mayúscula nunca puede ser la base o la piedra angular de ninguna creencia religiosa. La fe es creer en virtud de una deidad, donde la razón tiene poca cabida. Si la Iglesia volviera a las raíces de la doctrina directamente predicada por Cristo, los cuatro evangelios, y no se hubiera otorgado la autoridad de reinterpretar su esencia a lo largo de veinte siglos, ahora, no tendría que apuntalar con mil argumentos ambiguos, esta enorme arquitectura de dudosa fidelidad a su origen. Comenzando por Pablo de Tarso, continuando por los padres de la Iglesia: Agustín, Anselmo y Jerónimo que impusieron un patriarcado; anulando el papel de las mujeres que el evangelio les había otorgado. La institución del papado dominando y manipulando las conciencias; arrogándose verdad e infalibilidad absolutas. La Inquisición, las corrupciones imperialistas, la reforma y contrarreforma como juegos de poder. Los grupos afines al monarca absoluto, como el Opus Dei y un sinfín de errores que nada tienen que ver con el cristianismo predicado y sí mucho con la frágil condición humana. Los creyentes sólo han sido testigos mudos y sometidos a la obediencia de un poder personal, que esclaviza y no libera. La fe del cristiano no se debe de tambalear ni escandalizar por el contenido de la película, por mucho que se acerque o se aleje de la realidad. Los episodios de este relato ponen en evidencia toda la manipulación habida después de la doctrina emanada, directamente de Cristo. Gracias a los historiadores, arqueólogos, científicos y teólogos, brillará con más fuerza la fe de unos y la verdadera historia de la humanidad. Poner la razón al servicio de la fe y de la historia, al mismo tiempo, es una contradicción. La fe nos puede llevar a la salvación, pero la razón nos lleva a la verdad. Dos metas bien diferentes.
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