Una bandera pro-catalana conocida como la
"Estelada", cuelga de un balcón en Barcelona. PAUL HANNA REUTERS
Nación de naciones
Nación de naciones
Nada impide que una
palabra se refiera al conjunto y a las partes, del mismo modo que México o
Alemania son Estados formados por Estados
Un mismo vocablo puede designar el todo y a la vez una de sus
partes. El brazo está integrado por el antebrazo y el brazo; el día, por la
noche y el día; el mar y la tierra forman parte de la Tierra. Y de igual
manera, el espacio en blanco entre palabras es un no signo que
funciona como signo. Ese no signo (ausencia de todo rasgo) se
convierte en signo para que con él diferenciemos bien entre “un barco
chino” y “un bar cochino”; entre “dígalo, sin vergüenza” y “dígalo,
sinvergüenza”. Por tanto, el signo y el no signo son
igualmente signos, del mismo modo que el brazo está incluido en el brazo, el
día está incluido en el día, la tierra está incluida en la Tierra y
“correveidile” o “tentempié” son palabras de palabras.
En cordial analogía con todo eso, la Constitución española de
1837 mencionaba a “las Españas” que forman parte de España. Esta expresión en
plural se inventó y se aplicó mucho antes del descubrimiento de América, a fin
de evocar el reino de reinos que nuestra historia describe. Por
tanto, nada impide desde el punto de vista del lenguaje que España se denomine
“nación de naciones”, y que el término “nación” se refiera al conjunto y a la
vez a todas o algunas de sus partes, del mismo modo que México o Alemania son
Estados formados por Estados.
El acuerdo entre los socialistas y los nacionalistas vascos
ha devuelto a la playa la palabra “nación”, y quizás convenga por ello recordar
su trayectoria.
“Nación” procede del latín natio, término que
significaba en la lengua romana “lugar de nacimiento”. Así, cuando Espronceda
califica de “aragonés de nación” a aquel buen soldado “amigo de la guerra, de
las mozas y, sobre todo, de la bota” no está diciendo que Aragón fuera una
nación (que también podría), sino que el soldado había nacido allí. (Sancho
Saldaña o El castellano de Cuéllar, 1834). De igual manera, cuando antaño
se definía a alguien como “ciego de nación” se quería decir que se trataba de
un ciego de nacimiento.
El primer diccionario académico, el Diccionario de
Autoridades (1734), define “nación” en primer lugar como “acto de nacer”;
y ya en segunda acepción indicaba: “La colección de los habitadores en alguna
Provincia, País o Reino”.
“Nación” sirvió también en el lenguaje popular del siglo
XVIII para referirse a un extranjero. Si en un barrio de Madrid se veía a un
rubio alto y de ojos azules, cualquiera podía decir “parece nación”.
Hasta 1852 no le añadió la Academia a “nación” la idea de
entidad política. En 1884 asentaría más ese clavo, y además en la primera
acepción: “Estado o cuerpo político que reconoce un centro común supremo de
gobierno”. La definición vigente ahora, sin perder las acepciones históricas
(acto de nacer, origen personal), empieza precisando así los significados más
actuales:
“1. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo
Gobierno”. “2. Territorio de una nación”. “3. Conjunto de personas de un mismo
origen que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común”.
Este cuerpo de acepciones permite hablar, por tanto, de
“nación de naciones” para referirse a España, y considerar que el País Vasco o
Cataluña lo son también. Si el sentimiento general de un pueblo reclama para sí
la palabra “nación”, no será la lengua castellana quien se lo niegue.
Acceso al reportaje completo:
http://elpais.com/elpais/2016/12/01/opinion/1480614914_351795.html
GALERÍA DE IMÁGENES CON LA EXPRESIÓN DE UNA NACIÓN
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